lunes, 4 de octubre de 2010

Pandemia


Hacía aproximadamente tres horas que Michel había  conseguido dormirse cuando el insistente sonido del teléfono lo arrebató del sueño.
-¿Si?
- ¿Michel?
- ¿Pero te das cuenta de la hora que es? ¡Por favor! Llevo días en el laboratorio sin pegar ojo.
- Perdona, pero es urgente que te levantes y pongas el canal 1.
Al otro lado del hilo telefónico la voz de Jane sonaba nerviosa y vehemente.
- Todas nuestras sospechas se están haciendo realidad, esto no es una broma, están decretando el estado de urgencia sanitaria mundial. Tengo dos billetes de avión para Madrid. Te espero en el aeropuerto de Newark en una hora.
“Todo estaba sucediendo a una velocidad de vértigo y de pronto todas las piezas encajaban: la redefinición de pandemia por parte de la OMS haciendo desaparecer el requisito de mortalidad, la obligatoriedad de sus decisiones, el caso Baxter en Checoslovaquia, sus últimas investigaciones… No era ciencia- ficción, el plan para aniquilar a la mayor parte de la población mundial se estaba llevando a cabo en un mar de confusión y desinformación. Huir o exponerse a la letal inyección, huir o acabar en un campo de concentración…”
Los pensamientos se agolpaban en la mente del científico mientras circulaba por Manhattan vía Holland Tunnel hacia la terminal internacional.
“Pero… ¿qué pasa?”
Al fondo del túnel un retén paraba a los coches exigiendo la documentación acreditativa o en su lugar la exhibición del brazalete que garantizaba el haber sido vacunado  para poder seguir adelante Michel veía aterrado como algunos bajaban de sus coches y acudían a varias ambulancias aparcadas en los arcenes, mientras otros eran obligados a la fuerza a introducirse en un camión.
“Demasiado tarde”, pensó. Paró el motor, salió del coche y arrastrándose alcanzó la entrada. Sonó el móvil, al otro lado Jane llorosa le daba el último adiós desde un camión en la autopista 95.  

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