lunes, 14 de diciembre de 2009

El muelle de las brumas

Jean Saudek: Hungry for your touch


La niebla del malecón filtraba en conos luminosos la luz de las farolas, se oía el golpeteo de agua-bruma sobre las barcazas. Yo, Elsa, camino muy cansada. El sonido de mis pasos resuena en mis oídos como un eco.

Había llegado hasta allí en el contorno vacío que ahora ocupaba. El cansancio me vencía. Me recuesto en unos sacos de mercancías que esperan el embarque y me quedo profundamente dormida. El círculo del sueño se convierte en espiral. Sueño que sueño.

Una mano cálida se posa sobre mi hombro, su contacto me despierta. No sé si estoy soñando, la viva sensación de su contacto me confunde. Siento una llama arder en mi corazón, una llama intensa que une mi corazón a la de aquel hombre sin rostro al que presiento y no quiero mirar. Noto su presencia a unos pasos de mí, el corazón me abrasa, no lo miro, tengo miedo, pero él lee, sí, lee en mi pensamiento y con su pensamiento me dice que no quiere hacerme daño, que soy yo el motivo de su largo viaje, que la barca está preparada para los dos.

No podía ser, estaba soñando, pero… ¿ cómo soñar? si el fuego de mi pecho era tan real, si aquella presencia me proponía un destino ancestral que resonaba fuerte en mi alma.

El sueño de aquel hombre y mi sueño irremediablemente habían confluido en el muelle de las brumas.

El viento no soplaba y la barcaza atravesaba las olas en la noche con el sonido del motor resonando en la niebla.

Apenas veo la silueta del hombre, su sombra recortada contra la otra más oscura de la noche. Por veces, él se gira para mirarme y yo bajo la cabeza, mientras mi mente lucha contra el sueño intentando someter a la razón lo que en ella no tiene cabida.

¿Quién era él? ¿hacia dónde me llevaba? eran preguntas que como un eco se iban perdiendo en el olvido, en las aguas del olvido de aquel Leteo, en el que acaso Orfeo conducía a Eurídice a la vida o, por el contrario, ¿era Caronte quien la llevaba hacia la orilla de la cual nunca se regresa?.

Es entonces cuando él se acerca, con su mente le dice a la mía que nuestro destino es el viaje y tiende sus brazos hacia mí. Veo sus fuertes brazos tatuados que debo rechazar y escucho su mente hablarme con dulces palabras llenas de persuasión que me atrapan. La barca ya no es barca, el río ya no es río. Giramos en un torbellino que nos engulle hacia no sé que abismo de vértigo.

Siento una mano posarse sobre mi hombro y su contacto me despierta.

- Señora, lo siento, pero la película ha terminado.

Abro los ojos, pero quiero no mirar, aún siento arder mi corazón. Me levanto de la butaca, me siento un poco mareada, las piernas me flojean. Siento que voy a caerme cuando un brazo fuerte y tatuado me sostiene.

- ¿ Se encuentra bien? ¿Quiere que la acompañe?

-

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